Ángela Aguilar: el vídeo que compara “Qué agonía” con Adele reaviva el debate por plagio

Ángela Aguilar: el vídeo que compara “Qué agonía” con Adele reaviva el debate por plagio

Un vídeo de 30 segundos volvió a encender una vieja discusión en la música: ¿dónde acaba la inspiración y empieza la copia? En TikTok, miles de usuarios comparan “Qué agonía”, la colaboración de Yuridia con Ángela Aguilar, con “Rolling in the Deep”, el himno global que catapultó a Adele en 2011. Las superposiciones del estribillo, reproducidas una y otra vez, han convertido una sospecha de oído en un fenómeno viral que ya saltó a X y a foros de fans.

El vídeo que encendió la mecha: qué oyen los fans y qué dicen los músicos

Las piezas virales colocan los coros de ambos temas uno junto al otro. Quien acusa plagio señala una línea melódica “demasiado parecida” en el arranque del estribillo y en el remate de frase. Quien defiende a las artistas sostiene que el parecido es un espejismo provocado por la edición y la repetición: dos músicas de géneros distintos que, en su punto más pegadizo, comparten una curva melódica genérica.

Sobre el papel, los temas viajan por carreteras diferentes. “Qué agonía” bebe de la balada ranchera con arreglos de mariachi y un dramatismo clásico del regional mexicano; “Rolling in the Deep” es pop-soul de pulso marcado, percusión con acento casi gospel y un ‘groove’ más agresivo. La primera se apoya en la interpretación a dúo y la ornamentación vocal larga; la segunda, en un patrón rítmico seco y un estribillo martilleante. Aun así, la melodía —que no entiende de fronteras de género— es el punto que los vídeos explotan para la comparación.

¿Se pueden parecer dos estribillos sin que haya copia? Sí. La música popular usa progresiones de acordes y giros melódicos que se repiten hasta el cansancio. El famoso recorrido I–V–vi–IV o sus variaciones aparece en baladas, rock, reguetón y góspel. La cuestión no es si hay notas en común —las hay casi siempre— sino si hay “similitud sustancial” en elementos protegibles y si hubo acceso a la obra anterior, que es justo lo que sopesan los tribunales cuando un caso llega a juicio.

Mientras las visualizaciones del clip se disparaban, el público se dividió. Un bando asumió que “si suena igual, es igual”. El otro recordó que la edición corta y los mashups sesgan la escucha: se eligen los compases más próximos, se ajusta el tono y el tempo y se repite el corte hasta que el cerebro lo da por hecho. En el medio, oyentes curiosos que no se casan con ninguna tesis pero piden pruebas y contexto.

En paralelo, corrieron rumores de demandas. Se habló de una supuesta acción legal de Adele y hasta de un fallo en California. No hay rastro de eso en registros públicos ni comunicados oficiales. La familia Aguilar salió a cortar en seco: calificó la ola de publicaciones como “fake news” y denunció que se estaban fabricando historias para alimentar el drama. Piden no dar por buena ninguna captura de pantalla sin fuente verificable.

El compositor acreditado de “Qué agonía”, Enrique Guzmán Yáñez, ‘Fato’, defendió la originalidad del tema y respaldó a las intérpretes. En sus palabras, confía en la procedencia de la obra y sugiere que la polémica responde más a una campaña de desgaste que a un hallazgo musical sólido. El mensaje sube otra capa al caso: la batalla ya no es solo sonora; también es reputacional.

No es la primera vez que el nombre de Aguilar aparece en estos cruces. En abril de 2025, su sencillo “Nadie se va como llegó” fue comparado en redes con “Tuya”, de Jennifer Peña (2007). De nuevo, el foco estuvo en el estribillo y, otra vez, el asunto no pasó del juicio popular. No hubo denuncias formales ni comunicados de discográficas admitiendo coincidencias relevantes.

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Para que una acusación prospere, hacen falta dos piezas: acceso y similitud sustancial de elementos protegibles. No se protege un acorde suelto, ni una escala, ni el “aire” general de una canción. Sí se protegen combinaciones originales de melodía, ritmo y letra. Ese matiz ha inclinado juicios conocidos: el jurado que absolvió a Ed Sheeran en 2023 consideró que los parecidos con un clásico del soul respondían a elementos comunes del género. En “Dark Horse”, de Katy Perry, una condena inicial por la figura rítmica se cayó en apelación en 2020 por considerar que era demasiado básica. En cambio, el veredicto contra “Blurred Lines” en 2015 abrió un precedente polémico al valorar la “sensación” de una obra, algo que muchos musicólogos ven como terreno pantanoso.

TikTok acelera y deforma esta conversación. Los vídeos de 15 o 30 segundos recortan el material a la zona más pegadiza y alinean tonos y tempos para maximizar la semejanza. Es perfecto para enganchar al ojo y al oído, pero es un método pobre para dictar sentencia. Un análisis serio escucha estructura completa, cambios de tonalidad, acompañamiento, motivos secundarios y la relación entre melodía y armonía más allá de uno o dos compases.

Con la viralidad vienen las consecuencias: etiquetas de “plagio” que se pegan como goma y un efecto curioso sobre el streaming. A veces, la tormenta sube las escuchas de ambos temas: fans que vuelven para “ver si es verdad”, curiosos que llegan por el ruido y detractores que buscan munición. Es el ‘efecto Streisand’ aplicado a Spotify y YouTube.

Si el caso pasara del ruido a un expediente, el camino sería más o menos así:

  • Contactos privados entre representantes para intercambiar posiciones y, si procede, negociar.
  • Informes periciales de musicólogos independientes que comparen obras completas, no solo clips.
  • Revisión de créditos, maquetas y fechas para probar origen y proceso creativo.
  • Decisión: archivo, acuerdo (a veces con créditos o porcentajes retroactivos) o demanda.

En la industria es habitual resolver fricciones sin tribunales. Hay precedentes de artistas que añadieron créditos a posteriori para cerrar filas y evitar procesos largos y caros, incluso sin admitir culpa. Los sellos suelen preferir apagar el fuego antes de que el relato público queme más que el supuesto parecido.

Hoy, nada de eso ha ocurrido con “Qué agonía” y “Rolling in the Deep”: no hay demanda confirmada, no hay registros de juzgados, no hay comunicados de parte de Adele que apunten a acciones legales. Lo que sí hay es una conversación encendida y un vídeo que, por su fuerza viral, movió el eje del debate desde el análisis musical a la arena del espectáculo.

Más allá de la polémica, hay un punto que conviene no perder de vista: las canciones funcionan en su contexto. “Qué agonía” es una balada ranchera que respira en la interpretación y la instrumentación tradicional; “Rolling in the Deep” es un cañón pop-soul pensado para impactar desde el primer golpe de bombo. Parecidos puntuales pueden existir, pero el conjunto —lo que el público compra, canta y recuerda— es otra cosa.

Mientras tanto, Yuridia y Ángela siguen girando con el tema, y el clip comparativo continúa su vida propia en el carrusel de tendencias. La última palabra no la dará un hilo de X ni un montaje ingenioso, sino, si llega el caso, un informe pericial o un acuerdo entre profesionales. Hasta entonces, queda escuchar con calma, lejos del loop de 30 segundos.

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